lunes, 1 de noviembre de 2010

Amelie

A continuación encontraréis la ficha técnica, la sipnosis y dos ejemplos de crítica cinematográfica:

Ficha técnica:
Título: Amelie (Le fabuleux destin d'Amélie Poulain)
Dirección: Jean-Pierre Jeunet.
Año: 2001.
Países: Francia / Alemania.
Duración: 120 min.
Interpretación: Audrey Tautou (Amelie Poulain), Mathieu Kassovitz (Nino Quincampoix), Rufus (Raphaël Poulain), Yolande Moreau (Madeleine Wallace), Artus de Penguern (Hipolito), Urbain Cancelier (Collignon), Maurice Bénichou (Dominique Bretodeau), Dominique Pinon (Joseph), Claude Perron (Eva).
Guión: Jean-Pierre Jeunet y Guillaume Laurant.
Producción: Claudie Ossard.
Música: Yann Tiersen.
Fotografía: Bruno Delbonnel.
Montaje: Hervé Schneid.
Diseño de producción: Aline Bonetto.
Dirección artística: Volker Schäfer.
Vestuario: Madeline Fontaine.

Sinopsis:
Amelie (Audrey Tautou) es una persona que se ha creado su propia vida. Nacida en un entorno hostil a la felicidad, ha suplido faltas de cariño y de abundancia con una imaginación desbordante que convierte su existencia en una fábula, de encuentros y desencuentros, en la que ella se asigna el papel del hada buena, la que facilita las vidas de los demás con un toque de varita mágica. Pero un hada humana al fin y al cabo que se dará cuenta de que también ella necesita de sus poderes.

Pablo del Moral (Cinencanto.com)
El que una película (usualmente norteamericana) con enorme aparato publicitario provoque gran hipérbole en la crítica internacional no es raro. Pero cuando una pequeña película europea genera igual cantidad de comentarios con nula publicidad, hay que poner atención.
En el caso de "Amélie", tal hipérbole es totalmente justificada, y aunque exista un cierto grado de exageración, la película es lo suficientemente buena como para respaldar las expectativas creadas.
"Amélie" narra la historia de una excéntrica muchacha que ha elegido vivir en soledad, por convenir así a su forma de ser. Pero cuando el azar le muestra la influencia positiva que puede tener en otras personas, ella comienza un tímido acercamiento al mundo exterior, lo que eventualmente la lleva a considerar la olvidada posibilidad del romance.
El director Jean-Pierre Jeunet, siguiendo su costumbre, trabaja con un excelente guión repleto de personajes extravagantes y de situaciones que bordean en lo fantástico, pero que a toda costa se mantienen firmemente anclados en el entorno emotivo humano, lo que les confiere una especie de vida que los hace no sólo creíbles, sino hasta entrañables y, más importante, divertidos. Y de la mano con el guión van las perfectas actuaciones del elenco completo; desde la protagonista hasta el más pequeño papel, todos los actores han logrado situarse mentalmente en el mágico mundo visual de Jeunet, logrando reaccionar de forma consistente ante las extrañas ocurrencias. Y desde luego, para que esto funcione, el director debe lograr que el público acepte tal entorno, sin cuestionar su veracidad y sin intentar siquiera poner la historia en algún contexto más "realista". Para lograrlo, no faltaba más, hace diestro uso de su extraordinario sentido visual, presentando las imágenes en una paleta de colores muy viva, pero a la vez limitada; un constante filtro verdoso acentúa los colores primarios y deslava todo lo demás, reduciendo la percepción del espectador, o mejor dicho, centrándola a lo que Jeunet quiere, pero sin descuidar los escenarios y ambientación.
Lo cual me lleva a la fotografía. Como en todas sus obras, Jeunet pone especial atención en crear composiciones magistrales, de tal forma que, como reza el cliché, "cada cuadro de película es una obra de arte". El director y su fotógrafo hacen uso mesurado de todas las modernas técnicas efectistas de edición y fotografía, pero nunca gratuitamente. Todos los trucos de cámara (incluyendo efectos digitales) están utilizados para servir al guión y para subrayar (unas veces con sutileza, otras con desgarradora vehemencia) las emociones de los personajes. Nunca se usan sólo por lucirse, o por parecer "cool". Si tan sólo Hollywood funcionara igual, tal vez no nos recetaría productos basura como "Armageddon" o "El Sexto Día".
"Amélie" es una de las mejores películas que he visto en el último año, y a pesar de que su argumento puede ser demasiado ligero y finalmente poco trascendente, su manufactura, tanto desde el punto de vista técnico como artístico, es de primera línea, y muestra una vez más cómo la innovación cinematográfica no va necesariamente de la mano con una enorme inversión monetaria. Odiaría decir que ésta es una película "para sentirse bien", pero me temo que de eso se trata: una película con honesto corazón y emociones reales, que nos ayuda a reconciliarnos con la frenética y absurda vida contemporánea.


Julio Rodríguez Chico
Un dulce cuento de hadas
Precedida de un éxito arrollador en Francia -después de haber sido rechazada en Cannes-, y con el reciente premio de la Academia Europea como mejor película europea del año, Amelie se nos presenta como un cuento de hadas que hará las delicias del espectador precisamente por eso, por tratarse de una comedia amable, encantadora, en la que podemos refugiarnos de los problemas y sinsabores cotidianos.
Comienza con una especie de prólogo, con imágenes en blanco y negro y subtítulos, que nos presenta la desdichada infancia de Amelie, con tragedias que rayan en el absurdo. Su soledad y falta de afecto la llevan a refugiarse en un mundo de imaginación desbordada y lleno de colorido, y aquí comienza realmente una película optimista en apariencia, en la que nosotros también nos sumergimos para olvidar la realidad. Es una burbuja feliz en la que ahora vive esta camarera de un bar de Montmartre que -como por casualidad, con ocasión de la muerte de Lady Di- se plantea encontrar su lugar en el mundo; en realidad durante toda la película no saldrá de un mundo fabricado según su imaginación, con situaciones cómicas pero increíbles, agradables pero mentirosas, insólitas en definitiva.
Su vida será un buscar hacer felices a los demás, ayudarles a superar sus traumas, a resolver sus problemas, de manera anónima, silenciosa, como si fuese su hada buena. La alcohólica portera de su edificio que sufre desde hace décadas del mal de amor al ser abandonada por su marido, una estanquera hipocondríaca, un cliente celoso y patológico, un vecino anciano que pinta todos los años el mismo cuadro de Renoir, un joven tendero retrasado y acomplejado por su patrón: todos ellos sentirán la ayuda de esa mano invisible. Como en todo cuento de hadas, también aquí tenemos nuestro príncipe azul, Nino, que trabaja en un "túnel del terror" y en un sex-shop; como los demás, él será "salvado" de su obsesión por recoger las fotos desechadas que encuentra en los fotomatones y reconocer a un hombre que aparece con frecuencia, pero a la vez será él quien "salve" a Amelie y la saque de ese mundo falso de ilusiones, de imaginaciones: al enamorarla, le hará ver que ella es como los demás, que también necesita ser ayudada, que también necesita afecto y cariño.
La galería de personajes que nos presenta Jeunet es ciertamente curiosa por lo extravagante y el carácter patológico de cada uno de ellos; es cierto que todos son tratados con respeto, más aún con amabilidad y cariño, pero ¿es que la realidad humana que hay en la calle y que hay enderezar es tan desoladora?, ¿somos tan excéntricos? Más bien parece que eran los tipos que mejor le permitían desarrollar una trama insólita, con tanta dosis de poesía y de encanto como de inocencia y falsedad; no le interesan los tipos ordinarios y normales, sino los marginales y extraños. ¿Será por eso por lo que ha obtenido el éxito popular en taquilla?
La puesta en escena es pictórica, al mostrarnos un mundo colorista salido del cómic, emparentado con el estilo naïf y con el surrealismo -son varias las escenas en que los sueños de la protagonista la hacen ser el centro de una posible Historia-, y enlazando con el realismo poético francés de Marcel Carné o de René Clair y con el humor de Jacques Tati. Así se refuerza ese universo encantador, como si de un dulce o una golosina se tratase. El tratamiento de los personajes también va en ese sentido: se nos presentan como seres sin matices ni recovecos, superficiales e ingenuos, como si se tratase de caricaturas que gesticulan y actúan, pero carentes de fuerza interior; sus sentimientos son poco profundos, de manera que ni sufren ni gozan realmente, sino que andan por un mundo de ensueño. Jeunet ha optado por mostrarnos con simplicidad un mundo imaginativo, colorista, placentero, en el que nos podamos zambullir y entretener durante dos horas, tratando con ligereza los distintos conflictos dramáticos.
La narración es ágil y desenfadada, trepidante por momentos y con calmosa contemplación en otros, pero el argumento no es lo importante, y eso hace que a ratos se nos presente inconexa y deshilvanada, con anécdotas irrelevantes. El uso de la cámara con sus ritmos cambiantes y sus travelling acelerados, con sus localizaciones exageradas, el detallismo en los personajes y en los decorados, y la fotografía teñida de sepia -agresiva y provocadora- pueden dejarnos perplejos o insatisfechos, pero son elementos del lenguaje cinematográfico que nos meten en la fantasía de Amelie, que es lo fundamental.
Concluyamos diciendo que nos encontramos ante una película agradable de ver, que nos empuja a ser buenos, amables..., pero escapando de la realidad, mirando hacia otro lado. Es como una mirada al sueño perdido de la infancia, al personaje entrañable que hay dentro del niño que todos fuimos, en la línea de su anterior película La ciudad de los niños perdidos. En definitiva, una película que es un regalo para el corazón y para la imaginación, pero que no deja más que esa sensación pasajera.



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