jueves, 31 de marzo de 2011

Mejor... imposible

Primer ejemplo:
Película tan bipolar como su protagonista, que irrita y entusiasma a partes iguales. Narra de los amores -bastante traídos por los pelos- de un escritor misántropo, odioso y maniático con una camarera maltratada por la vida y como testigo de excepción, el vecino gay del primero y su carismático perrito. El guion está magníficamente diseñado y nos devuelve a los mejores tiempos de la comedia glamurosa e inteligente que abundó durante la edad de oro hollywoodiense. Pero no se le pueden negar los méritos propios a esta película que logró lo que en años y años de Meg Ryans y sucedáneos no habían logrado: devolver la dignidad a la comedia romántica.
Ah, eso no es todo. "Mejor... imposible" invitaba a otro tipo de forma de entender el género. De repente, nos encontrábamos con que resultaba infinitamente más romántico ver a un tipo viejo y repelente decirle a una camarera feúcha que "tú me haces querer ser mejor persona" que ver a una pareja de guapetes brindando con champán en lo alto del Empire State. Si existe algo más bonito que esa declaración en la que no se promete nada, es la aceptación incondicional de ella: como diciendo, eres insoportable y a ratos me caes como una patada en el estómago, pero igualmente te quiero. Eso es el amor, señores.
El romance se equilibra y pule las posibles tentaciones de la ñoñería con buenos golpes de humor y dotando de una saludable dosis de ironía a las interacciones entre los personajes. De los actores: Nicholson como histrión me sigue resultando insoportable y su personaje es como para sumergirlo en una bañera de ácido sin contemplaciones, pero Helen Hunt y Greg Kinnear calan en el corazón con unos personajes entrañables y vulnerables con los que no es difícil identificarse. Eso sí, el perrillo de Kinnear se lleva la palma interpretativa por una caracterización llena de matices que ya quisieran muchos actores humanos.
"Mejor...imposible" llegó como un vendaval, brilló en el reparto de los Oscars y se ganó el corazoncito del 90 por ciento de espectadores que tuvieron ocasión de disfrutarla en el cine y entre los que me cuento. Con el tiempo, se ha quedado a dos pasos de convertirse en clásico moderno. Una injusticia para la que quizás fuese la mejor comedia romántica americana de los noventa.

Neathara


Segundo ejemplo:
La película gira en torno a un extraño triángulo compuesto por tres vértices. Nicholson es un talludito misántropo al que odia todo el mundo. Hunt es una camarera con un hijo enfermizo y treinta años menos. Completa el trío un pintor gay en horas bajas. Pero será un no humano el que dispara el engranaje de la trama, un simpático perro que vincula accidentalmente a los dos personajes masculinos. Y es que Vendrell (él sí debería estar traumatizado, con semejante nombre) es mucho más importante de lo que parece. Cuando deja de tener presencia, al final de la película, el nivel de la misma se resiente.
Todo el reparto da la talla, aunque creo que el mayor despliegue lo hace la Hunt, magnífica, en el papel de su vida. Es una de las pocas buenas comedias de los últimos tiempos, un género bastante complejo y en franca decadencia. Parte de una sencilla premisa: se basa en los sentimientos, y por eso es capaz de enganchar a cualquiera con un mínimo de sensibilidad. Pero no es una obra redonda; aunque tiene momentos inspirados, tanto por lo emotivo como por lo cómico, al final se hace demasiado larga y no puede evitar caer en algunos tópicos. No sé si soy muy retorcido, pero creo que los mejores minutos se corresponden con los momentos de conflicto, que son ciertamente amargos. A lo mejor no resulta muy verosímil, pero, paradojas del cine, es bastante creíble. Un cordero analfabeto social vestido de lobo que necesita a alguien que le quiera, a alguien a quien querer. Como el resto de los personajes, como el resto de nosotros. Una buena película, pero no una gran película. Bonita.

Shinboneniná

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