domingo, 21 de noviembre de 2010

Comentario de texto. Romanticismo.

Estos tres textos son del periodo romántico, debéis elegir uno y entregarme el comentario de texto. La fecha límite de entrega es el 1 de diciembre. Estos son los poemas:

TEXTO 1: AMISTAD DE LA LUNA

Esa oscura enfermedad
que llaman melancolía
me trajo a la soledad
a verte, luna sombría.

Ya seas amante doncella,
ya informe, negro montón
de tierra que en forma bella
nos convierte la ilusión,

Ni a sorprender tus amores
mis tristes ojos vinieron
ni a saber si esos fulgores
son tuyos o te los dieron.

Ni a mí me importa que esté
tu luz viva o desmayada,
ni cuando te miro sé
si eres roja o plateada.

Yo busco tu compañía
porque al fin, muda beldad,
es tu amistad menos fría
que otra cualquiera amistad.

Sé bien que todo el poder
de tu misterioso encanto
no alcanzará a detener
una gota de mi llanto.

Mas yo no guardo consuelos
para este mal tan profundo,
fijo la vista en los cielos
porque me importuna el mundo...

¡Vergüenza del mundo es
si tiene mi pensamiento,
que ir a buscarte al través
de las nubes y del viento,

Y llevar hasta tu esfera
mi solitaria armonía
para hallar la compañera
que escuche la pena mía!

Mas, pues no me da fortuna
otra más tierna amistad,
vengo con mis penas, luna,
a verte en la soledad

                        Carolina Coronado

TEXTO 2: 
 
Hora tras hora, día tras día,
Entre el cielo y la tierra que quedan
Eternos vigías,
Como torrente que se despeña
Pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume
Después de marchita;
De las ondas que besan la playa
Y que una tras otra besándola expiran
Recoged los rumores, las quejas,
Y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,
Negros tormentos, dulces mentiras,
¡Ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
En dónde, alma mía?

Rosalía de Castro



TEXTO 3

Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa
vibra del can en llamas encendido,
el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi vena
en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez de gloria y de alegría.

Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura,
y deshojada por los aires sube
la dulce flor de la esperanza mía.

José de Espronceda

Ánimo, para combatir el desaliento os dejo un modelo de comentario de un poema ¿vale?

Insomnio

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes.  No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.
En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.
Saber que duermes tú, cierta, segura
- cauce fiel de abandono, línea pura -,
tan cerca de mis brazos maniatados.
Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.

                                       Gerardo Diego


[Introducción] El texto es uno de los poemas de Alondra de verdad. Se trata de una creación emocionada, en la que la inocencia y la imagen, la serenidad desagarrada del tema y la novedad creadora nos ofrecen una muestra de la unión de lo tradicional de la métrica con una audaz ruptura rítmica. Su técnica contrastada lo convierte en uno de los más bellos sonetos de amor de la poesía posterior a 1936.
[Tema] Su tema es la desesperación del poeta por no poder comunicarse con su amada, dormida junto a él.
[Estructura interna] El poema se estructura en dos partes:
-         los dos cuartetos describen la situación anímica del emisor, con una diferenciación expresiva en cada uno de ellos (en el primer cuarteto el poeta expresa con procedimientos sintácticos y rítmicos la desazón y en el segundo ese sentimiento se ofrece mediante imágenes –cárcel de espacio, vuelo imposible-).
-         Los dos tercetos acentúan la desesperación del poeta, al hacerla más explícita: el primer terceto muestra la conciencia de la cercanía inaccesible y el segundo plasma por medio de imágenes la soledad que siente ante la contemplación de la amada.
[Estructura externa] Respecto a su estructura externa hay que destacar que el poema está formado por dos tipos de estrofas, cuartetos y tercetos, de larga tradición literaria. Pero su empleo, siguiendo una línea de creación poética que caracteriza a este poeta, muestra la unión de lo tradicional con lo novedoso (por ejemplo el un ritmo entrecortado (en los primeros versos) y la combinación infrecuente de los tercetos CCD EDE).
[Lengua y estilo] Para analizar los recursos estilísticos del poema se va a utilizar como eje organizador de la división por estrofas, así pues en el primer cuarteto, para describir la situación de inquietud el poeta se sirve de dos procedimientos: la fragmentación tonal de los versos con paradas internas para ofrecer desazón (No. No lo sabes) y diversas construcciones sintácticas como la frase nominal inicial (tú y tu desnudo sueño), proposiciones yuxtapuestas breves y la elipsis (yo en desvelo).
La lengua poética de este cuarteto se caracteriza por la antítesis del verso 2 (Duermes – yo en desvelo), recurso que se prolonga en todo el poema (duermes tú –yo insomne) y se manifiesta también en los pronombres: te me encierran… hasta ti…
La disposición en quiasmo de los términos esenciales del verso cuarto y del décimo cuarto marcan la simetría: el dormir de la amada es como el navegar de las naves.
En el segundo cuarteto se organiza en torno a la imagen y la metáfora (el aire es hielo… cristal en mil hojas: el aire es cárcel, porque no hay otro obstáculo que lo separe de ella). Y el aire le permite emplear luego la metáfora del vuelo de sus aves, que se basa en la cetrería (los halcones alzan el vuelo hasta su presa) que hace referencia al tema amoroso.
La angustia del poeta se manifiesta en recursos rítmicos, morfológicos y semánticos (un encabalgamiento abrupto, la doble negación y la gradación de tres formas verbales (encierra, recluyen, roban) que nos muestran la imposibilidad de llegar hasta ella, y una paradoja, que nos ofrece una idea que nos parece absurda: el espacio es la cárcel, las llaves son aéreas.
El primer terceto mezcla la realidad con las imágenes e insiste en el conocimientos del yo de las situación (ella, inocente, la desconoce) saber que duermes tú… Él es el primero; sus brazos están maniatados frente a la metáfora de la amada, línea pura, cauce… de abandono.
En el segundo terceto se plasma la soledad: varias imágenes (la esclavitud, la isla sin playa, con acantilados) marcan el aislamiento del poeta. Frente a la navegación por el sueño, la carencia de libertad reafirma la conciencia de la dolorosa realidad propia: insomne, loco (verso 13).
La intensidad de la citación se consigue, no sólo con la suma de metáforas, sino también con la recepción del verso 4, invirtiendo el orden de los elementos: tú por tu sueño y por el mar las naves (versos 4) / las naves por la mar, tú por tu sueño (verso 14).
Además de lo dicho, hay en poema otros recursos embellecedores: las reiteraciones del primer cuarteto (no lo sabe… no. no lo sabes), la aliteración de la vocal cerrada velar /u/ (tú y tu desnudo sueño) que reafirman la función poética del mensaje.
[Coclusión] En conclusión, la maestría creadora de Gerardo Diego muestra en este poema su fina sensibilidad lírica. El tema, dentro del amplio abanico de la poesía amorosa, es nuevo y original. Su desarrollo no ofrece un latido emocional y creíble, y su expresión, uniendo lo tradicional y lo novedoso, revela el claro dominio de la forma, a la vez que es espejo de las diversas tendencias de la poesía de su época.



martes, 9 de noviembre de 2010

Finis Mundi

El libro Finis Mundi de Laura Gallego lo podéis descargar en la siguiente dirección:
Finis Mundi
Os remite a una página en la que tenéis esperar 20 segundos y después pinchar sobre "descargar archivo ahora". Se os bajará un archivo en zip en el que está el libro.

Miau

El enlace a la versión digital de la novela Miau de Benito Pérez Galdós es el siguiente:
Miau

jueves, 4 de noviembre de 2010

Artículos de Mariano José de Larra

Vuelva usted mañana

Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza; nosotros, que ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado, por más que conozcamos que hay pecados que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto divertida. Convengamos solamente en que esta institución ha cerrado y cerrará las puertas del cielo a más de un cristiano.
Estas reflexiones hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi casa un extranjero de estos que, en buena o en mala parte, han de tener siempre de nuestro país una idea exagerada e hiperbólica, de estos que, o creen que los hombres aquí son todavía los espléndidos, francos, generosos y caballerescos seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus nómadas del otro lado del Atlante: en el primer caso vienen imaginando que nuestro carácter se conserva intacto como nuestra ruina; en el segundo vienen temblando por esos caminos, y pregunta si son los ladrones que los han de despojar los individuos de algún cuerpo de guardia establecido precisamente para defenderlos de los azares de un camino, comunes a todos los países.
Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni a segunda vista, y si no temiéramos que nos llamasen atrevidos, lo compararíamos de buena gana a esos juegos de manos sorprendentes e inescrutables para el que ignora su artificio, que estribando en una grandísima bagatela, suelen después de sabidos dejar asombrado de su poca perspicacia al mismo que se devanó los sesos por buscarles causas extrañas. Muchas veces la falta de una causa determinante en las cosas nos hace creer que debe de haberlas profundas para mantenerlas al abrigo de nuestra penetración. Tal es el orgullo del hombre, que más quiere declarar en alta voz que las cosas son incomprensibles cuando no las comprende él, que confesar que el ignorarlas puede depender de su torpeza.
Esto no obstante, como quiera que entre nosotros mismos se hallen muchos en esta ignorancia de los verdaderos resortes que nos mueven, no tendremos derecho para extrañar que los extranjeros no los puedan tan fácilmente penetrar.
Un extranjero de estos fue el que se presentó en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían.
Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Pareciome el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admirole la proposición, y fue preciso explicarme más claro.
-Mirad -le dije-, monsieur Sans-délai -que así se llamaba-; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.
-Ciertamente -me contestó-. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en  este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince cinco días.
Al llegar aquí monsieur Sans-délai traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado.
-Permitidme, monsieur Sans-délai -le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.
-¿Cómo?
-Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
-¿Os burláis?
-No por cierto.
-¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
-Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
-¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal siempre de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
-Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
-¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
-Todos os comunicarán su inercia.
Conocí que no estaba el señor de Sans-délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los hechos en hablar por mí.
Amaneció el día siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido: encontrámosle por fin, y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días; fuimos.
-Vuelva usted mañana -nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado todavía.
-Vuelva usted mañana -nos dijo al siguiente día-, porque el amo acaba de salir.
-Vuelva usted mañana -nos respondió al otro-, porque el amo está durmiendo la siesta.
-Vuelva usted mañana -nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
-¿Qué día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y «Vuelva usted mañana -nos dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio».
A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos.
Es claro que faltando este principio no tuvieron lugar las reclamaciones.
Para las proposiciones que acerca de varios establecimientos y empresas utilísimas pensaba hacer, había sido preciso buscar un traductor; por los mismos pasos que el genealogista nos hizo pasar el traductor; de mañana en mañana nos llevó hasta el fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero diariamente para comer, con la mayor urgencia; sin embargo, nunca encontraba momento oportuno para trabajar. El escribiente hizo después otro tanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras, porque un escribiente que sepa escribir no le hay en este país.
No paró aquí; un sastre tardó veinte días en hacerle un frac, que le había mandado llevarle en veinticuatro horas; el zapatero le obligó con su tardanza a comprar botas hechas; la planchadora necesitó quince días para plancharle una camisola; y el sombrerero a quien le había enviado su sombrero a variar el ala, le tuvo dos días con la cabeza al aire y sin salir de casa.
Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud!
-¿Qué os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai? -le dije al llegar a estas pruebas.
-Me parece que son hombres singulares...
-Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca.
Presentose con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente.
A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión.
-Vuelva usted mañana -nos dijo el portero-. El oficial de la mesa no ha venido hoy.
«Grande causa le habrá detenido», dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid. Martes era el día siguiente, y nos dijo el portero:
-Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy.
-Grandes negocios habrán cargado sobre él -dije yo.
Como soy el diablo y aun he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo el acertar.
-Es imposible verle hoy -le dije a mi compañero-; su señoría está en efecto ocupadísimo.
Dionos audiencia el miércoles inmediato, y, ¡qué fatalidad!, el expediente había pasado a informe, por desgracia, a la única persona enemiga indispensable de monsieur y de su plan, porque era quien debía salir en él perjudicado. Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar. Verdad es que nosotros no habíamos podido encontrar empeño para una persona muy amiga del informante. Esta persona tenía unos ojos muy hermosos, los cuales sin duda alguna le hubieran convencido en sus ratos perdidos de la justicia de nuestra causa.
Vuelto de informe se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este pequeño error; pasose al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y nunca llegó al otro.
-De aquí se remitió con fecha de tantos -decían en uno.
-Aquí no ha llegado nada -decían en otro.
-¡Voto va! -dije yo a monsieur Sans-délai, ¿sabéis que nuestro expediente se ha quedado en el aire como el alma de Garibay, y que debe de estar ahora posado como una paloma sobre algún tejado de esta activa población?
Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los empeños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio!
-Es indispensable -dijo el oficial con voz campanuda-, que esas cosas vayan por sus trámites regulares.
Es decir, que el toque estaba, como el toque del ejercicio militar, en llevar nuestro expediente tantos o cuantos años de servicio.
Por último, después de cerca de medio año de subir y bajar, y estar a la firma o al informe, o a la aprobación o al despacho, o debajo de la mesa, y de volver siempre mañana, salió con una notita al margen que decía:
«A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado.»
-¡Ah, ah!, monsieur Sans-délai -exclamé riéndome a carcajadas-; éste es nuestro negocio.
Pero monsieur Sans-délai se daba a todos diablos.
-¿Para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: «Vuelva usted mañana», y cuando este dichoso «mañana» llega en fin, nos dicen redondamente que «no»? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras.
-¿Intriga, monsieur Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; ésa es la gran causa oculta: es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.
Al llegar aquí, no quiero pasar en silencio algunas razones de las que me dieron para la anterior negativa, aunque sea una pequeña digresión.
-Ese hombre se va a perder -me decía un personaje muy grave y muy patriótico.
-Esa no es una razón -le repuse-: si él se arruina, nada, nada se habrá perdido en concederle lo que pide; él llevará el castigo de su osadía o de su ignorancia.
-¿Cómo ha de salir con su intención?
-Y suponga usted que quiere tirar su dinero y perderse, ¿no puede uno aquí morirse siquiera, sin tener un empeño para el oficial de la mesa?
-Puede perjudicar a los que hasta ahora han hecho de otra manera eso mismo que ese señor extranjero quiere.
-¿A los que lo han hecho de otra manera, es decir, peor?
-Sí, pero lo han hecho.
-Sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas. ¿Conque, porque siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, será preciso tener consideraciones con los perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si podrían perjudicar los antiguos al moderno.
-Así está establecido; así se ha hecho hasta aquí; así lo seguiremos haciendo.
-Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació.
-En fin, señor Fígaro, es un extranjero.
-¿Y por qué no lo hacen los naturales del país?
-Con esas socaliñas vienen a sacarnos la sangre.
-Señor mío -exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia-, está usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas.
»Un extranjero -seguí- que corre a un país que le es desconocido, para arriesgar en él sus caudales, pone en circulación un capital nuevo, contribuye a la sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero, si pierde es un héroe; si gana es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona ventajas que no podíamos acarrearnos solos. Ese extranjero que se establece en este país, no viene a sacar de él el dinero, como usted supone; necesariamente se establece y se arraiga en él, y a la vuelta de media docena de años, ni es extranjero ya ni puede serlo; sus más caros intereses y su familia le ligan al nuevo país que ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compañera; sus hijos son españoles, y sus nietos lo serán; en vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole y haciéndole producir; ha dejado otro capital de talento, que vale por lo menos tanto como el del dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una mejora, y hasta ha contribuido al aumento de la población con su nueva familia. Convencidos de estas importantes verdades, todos los Gobiernos sabios y prudentes han llamado a sí a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado la Rusia, ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos... Pero veo por sus gestos de usted -concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo- que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer. ¡Por cierto, si usted mandara, podríamos fundar en usted grandes esperanzas!
Concluida esta filípica, fuime en busca de mi Sans-délai.
-Me marcho, señor Fígaro -me dijo-. En este país «no hay tiempo» para hacer nada; sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital de más notable.
-¡Ay, mi amigo! -le dije-, idos en paz, y no queráis acabar con vuestra poca paciencia; mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven.
-¿Es posible?
-¿Nunca me habéis de creer? Acordaos de los quince días...
Un gesto de monsieur Sans-délai me indicó que no le había gustado el recuerdo.
-Vuelva usted mañana -nos decían en todas partes-, porque hoy no se ve.
-Ponga usted un memorialito para que le den a usted permiso especial.
Era cosa de ver la cara de mi amigo al oír lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... Contentose con decir:
-Soy extranjero. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos!
Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente, después de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y dándome la razón que yo ya antes me tenía, y llevando al extranjero noticias excelentes de nuestras costumbres; diciendo sobre todo que en seis meses no había podido hacer otra cosa sino «volver siempre mañana», y que a la vuelta de tanto «mañana», eternamente futuro, lo mejor, o más bien lo único que había podido hacer bueno, había sido marcharse.
¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá razón el buen monsieur Sans-délai en hablar mal de nosotros y de nuestra pereza? ¿Será cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para hojear las hojas que tengo que darte todavía, te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa; abandonar más de una pretensión empezada, y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que no pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza. Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé «Vuelva usted mañana»; que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: «¡Eh!, ¡mañana le escribiré!». Da gracias a que llegó por fin este mañana que no es del todo malo: pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!

El Pobrecito Hablador, n.º 11, enero de 1833.



 Yo quiero ser cómico

No fuera yo Fígaro, ni tuviera esa travesura y maliciosa índole que malas lenguas me atribuyen, si no sacara a la luz pública cierta visita que no ha muchos días tuve en mi propia casa.
Columpiábame en mi mullido sillón, de estos que dan vueltas sobre su eje, los cuales son especialmente de mi gusto por asemejarse en cierto modo a muchas gentes que conozco, y me hallaba en la mayor perplejidad sin saber cuál de mis numerosas apuntaciones elegiría para un artículo que no me correspondía injerir aquel día en la Revista. Quería yo que fuese interesante sin ser mordaz, y conocía toda la dificultad de mi empeño, y sobre todo que fuese serio, porque no está siempre un hombre de buen humor, o de buen talante, para comunicar el suyo a los demás. No dejaba de atormentarme la idea de que fuese histórico, y por consiguiente verídico, porque mientras yo no haga más que cumplir con las obligaciones de fiel cronista de los usos y costumbres de mi siglo, no se me podrá culpar de mal intencionado, ni de amigo de buscar pendencias por una sátira más o menos.
Hallábame, como he dicho, sin saber cuál de mis notas escogería por más inocente, y no encontraba por cierto mucho que escoger, cuando me deparó felizmente la casualidad materia sobrada para un artículo, al anunciarme mi criado a un joven que me quería hablar indispensablemente.
Pasó adelante el joven haciéndome una cortesía bastante zurda, como de hombre que necesita y estudia en la fisonomía del que le ha de favorecer sus gustos e inclinaciones, o su humor del momento, para conformarse prudentemente con él; y dando tormento a los tirantes y rudos músculos de su fisonomía para adoptar una especie de careta que desplegase a mi vista sentimientos mezclados de afecto y de deferencia, me dijo con voz forzadamente sumisa y cariñosa:
-¿Es usted el redactor llamado Fígaro?
-¿Qué tiene usted que mandarme?
-Vengo a pedirle un favor... ¡Cómo me gustan sus artículos de usted!
-Es claro... Si usted me necesita...
-Un favor de que depende mi vida acaso... ¡Soy un apasionado, un amigo de usted!
-Por supuesto... siendo el favor de tanto interés para usted...
-Yo soy un joven...
-Lo presumo.
-Que quiero ser cómico, y dedicarme al teatro.
-¿Al teatro?
-Sí, señor... como el teatro está cerrado ahora...
-Es la mejor ocasión.
-Como estamos en cuaresma, y es la época de ajustar para la próxima temporada cómica, desearía que usted me recomendase...
-¡Bravo empeño! ¿A quién?
-Al Ayuntamiento.
-¡Hola! ¿Ajusta el Ayuntamiento?
-Es decir, a la empresa.
-¡Ah! ¿Ajusta la empresa?
-Le diré a usted... según algunos, esto no se sabe... pero... para cuando se sepa.
-En ese caso, no tiene usted prisa, porque nadie la tiene...
-Sin embargo, como yo quiero ser cómico...
-Cierto. ¿Y qué sabe usted? ¿Qué ha estudiado usted?
-¿Cómo? ¿Se necesita saber algo?
-No; para ser actor, ciertamente, no necesita usted saber cosa mayor...
-Por eso; yo no quisiera singularizarme; siempre es malo entrar con ese pie en una corporación.
-Ya le entiendo a usted; usted quisiera ser cómico aquí, y así será preciso examinarle por la pauta del país. ¿Sabe usted castellano?
-Lo que usted ve..., para hablar; las gentes me entienden...
-Pero la gramática, y la propiedad, y...
-No, señor, no.
-Bien, ¡eso es muy bueno! Pero sabrá usted desgraciadamente el latín, y habrá estudiado humanidades, bellas letras...
-Perdone usted.
-Sabrá de memoria los poetas clásicos, y los comprenderá, y podrá verter sus ideas en las tablas.
-Perdone usted, señor. Nada, nada. ¿Tan poco favor me hace usted? Que me caiga muerto aquí si he leído una sola línea de eso, ni he oído hablar tampoco... Mire usted...
-No jure usted. ¿Sabe usted pronunciar con afectación todas las letras de una palabra, y decir unas voces por otras, «actitud» por «aptitud», y «aptitud» por «actitud», «diferiencia» por «diferencia», «háyamos» por «hayamos», «dracmático» por «dramático», y otras semejantes?
-Sí, señor, sí, todo eso digo yo.
-Perfectamente; me parece que sirve usted para el caso. ¿Aprendió usted historia?
-No, señor; no sé lo que es.
-Por consiguiente, no sabrá usted lo que son trajes, ni épocas, ni caracteres históricos...
-Nada, nada, no señor.
-Perfectamente.
-Le diré a usted...; en cuanto a trajes, ya sé que en siendo muy antiguo, siempre a la romana.
-Esto es: aunque sea griego el asunto.
-Sí señor: si no es tan antiguo, a la antigua francesa o a la antigua española; según... ropilla, trusas, capacete, acuchillados, etc. Si es más moderno o del día, levita a la Utrilla en los calaveras, y polvos, casacón y media en los padres.
-¡Ah! ¡Ah! Muy bien.
-Además, eso en el ensayo general se le pregunta al galán o a la dama, según el sexo de cada uno que lo pregunta, y conforme a lo que ellos tienen en sus arcas, así...
-¡Bravo!
-Porque ellos suelen saberlo.
-¿Y cómo presentará usted un carácter histórico?
-Mire usted; el papel lo dirá, y luego, como el muerto no se ha de tomar el trabajo de resucitar sólo para desmentirle a uno... Además, que gran parte del público suele estar tan enterada como nosotros...
-¡Ah!, ya... Usted sirve para el ejercicio. La figura es la que no...
-No es gran cosa; pero eso no es esencial.
-Y de educación, de modales y usos de sociedad, ¿a qué altura se halla usted?
-Mal; porque si va a decir verdad, yo soy un pobrecillo: yo era escribiente en una mala administración; me echaron por holgazán, y me quiero meter a cómico porque se me figura a mí que es oficio en que no hay nada que hacer...
-Y tiene usted razón.
-Todo lo hace el apunte, y... por consiguiente, no conozco esos señores usos de sociedad que usted dice, ni nunca traté a ninguno de ellos.
-Ni conocerá usted el mundo, ni el corazón humano.
-Escasamente.
-¿Y cómo representará usted tantos caracteres distintos?
-Le diré a usted: si hago de rey, de príncipe o de magnate, ahuecaré la voz, miraré por encima del hombro a mis compañeros, mandaré con mucho imperio...
-Sin embargo, en el mundo esos personajes suelen ser muy afables y corteses, y como están acostumbrados, desde que nacen, a ser obedecidos a la menor indicación, mandan poco y sin dar gritos...
-Sí, pero ¡ya ve usted!, en el teatro es otra cosa.
-Ya me hago cargo.
-Por ejemplo, si hago un papel de juez, aunque esté delante de señoras o en casa ajena, no me quitaré el sombrero, porque en el teatro la justicia está dispensada de tener crianza; daré fuertes golpes en el tablero con mi bastón de borlas, y pondré cara de caballo, como si los jueces no tuviesen entrañas...
-No se puede hacer más.
-Si hago de delincuente me haré el perseguido, porque en el teatro todos los reos son inocentes...
-Muy bien.
-Si hago un papel de pícaro, que ahora están en boga, cejas arqueadas, cara pálida, voz ronca, ojos atravesados, aire misterioso, apartes melodramáticos... Si hago un calavera, muchos brincos y zapatetas, carreritas de pies y lengua, vueltas rápidas y habla ligera... Si hago un barba, andaré a compás, como un juego de escarpias, me temblarán siempre las manos como perlático o descoyuntado; y aunque el papel no apunte más de cincuenta años, haré del tarado y decrépito, y apoyaré mucho la voz con intención marcada en la moraleja, como quien dice a los espectadores: «Allá va esto para ustedes».
-¿Tiene usted grandes calvas para las barbas?
-¡Oh!, disformes; tengo una que me coge desde las narices hasta el colodrillo; bien que ésta la reservo para las grandes solemnidades. Pero aun para diario tengo otras, tales que no se me ve la cara con ellas.
-¿Y los graciosos?
-Esto es lo más fácil: estiraré mucho la pata, daré grandes voces, haré con la cara y el cuerpo todos los raros visajes y estupendas contorsiones que alcance, y saldré vestido de arlequín...
-Usted hará furor.
-¡Vaya si haré! Se morirá el público de risa, y se hundirá la casa a aplausos. Y especialmente, en toda clase de papeles, diré directamente al público todos los apartes, monólogos, gracias y parlamentos de intención o lucimiento que en mi parte se presenten.
-¿Y memoria?
-No es cosa la que tengo; y aun esa no la aprovecho, porque no me gusta el estudio. Además, que eso es cuenta del apuntador. Si se descuida, se le lanzan de vez en cuando un par de miradas terribles, como diciendo al público: «¡Ven ustedes qué hombre!»
-Esto es; de modo que el apuntador vaya tirando del papel como de una carreta, y sacándole a usted la relación del cuerpo como una cinta. De esa manera, y hablando él altito, tiene el público el placer de oír a un mismo tiempo dos ejemplares de un mismo papel.
-Sí, señor; y, en fin, cuando uno no sabe su relación, se dice cualquier tontería, y el público se la ríe. ¡Es tan guapo el público! ¡Si usted viera!
-Ya sé, ¡ya!
-Vez hay que en una comedia en verso añade uno un párrafo en prosa: pues ni se enfada, ni menos lo nota. Así es que no hay nada más común que añadir...
-¡Ya se ve, que hacen muy bien! Pues, señor, usted es cómico, y bueno. ¿Usted ha representado anteriormente?
-¡Vaya! En comedias caseras. He alborotado con el García y el Delincuente honrado.
-No más, no más; le digo a usted que usted será cómico. Dígame usted, ¿sabrá usted hablar mal de los poetas y despreciarlos, aunque no los entienda; alabar las comedias por el lenguaje, aunque no sepa lo que es, o por el verso, mas que no entienda siquiera lo que es prosa?
-¿Pues no tengo de saber, señor? Eso lo hace cualquiera.
-¿Sabrá usted quejarse amargamente, y entablar una querella criminal contra el primero que se atreva a decir en letras de molde que usted no lo hace todas las noches sobresalientemente? ¿Sabrá usted decir de los periodistas que quién son ellos para...?
-Vaya si sabré; precisamente ése es el tema nuestro de todos los días. Mande usted otra cosa.
Al llegar aquí no pude ya contener mi gozo por más tiempo, y arrojándome en los brazos de mi recomendado:
-¡Venga usted acá, mancebo generoso! -exclamé todo alborozado-; ¡venga usted acá, flor y nata de la andante comiquería!: usted ha nacido en este siglo de hierro de nuestra gloria dramática para renovar aquel siglo de oro, en que sólo comían los hombres bellotas y pacían a su libertad por los bosques, sin la distinción del tuyo y del mío. Usted será cómico, en fin, o se han de olvidar las reglas que hoy rigen en el ejercicio.
Diciendo estas y otras razones, despedí a mi candidato prometiéndole las más eficaces recomendaciones.

Revista Española, n.º 34, 1 de marzo de 1833. Firmado: Fígaro.



Canción del pirata de José de Espronceda

Canción del pirata
José de Espronceda

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar riela
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Istambul:
Navega, velero mío
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Allá; muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí; tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pechos mi valor.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
A la voz de "¡barco viene!"
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna antena,
quizá; en su propio navío
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

     
Actividades:
1.      Enuncia el tema de esta composición.
2.      El poema tiene una parte descriptiva claramente diferenciada. Señálala.
3.      ¿Qué nombre recibe la estrofa formada por cuatro versos octosílabos que se repite varias veces a lo largo de la composición?
4.      En el texto se combinan versos de diferente número de sílabas. ¿Qué efecto producen esos contrastes métricos?
5.      En la estrofa final hay una antítesis muy marcada. ¿Cuál es? ¿Qué sentido crees que tiene?
6.      La aliteración es frecuente en el poema. Señala algún pasaje en que resulte especialmente significativa.
7.      Anota los principales rasgos del pirata subrayados por el autor.
8.      ¿Qué características románticas aprecias en la composición? Justifica tu respuesta.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Amelie

A continuación encontraréis la ficha técnica, la sipnosis y dos ejemplos de crítica cinematográfica:

Ficha técnica:
Título: Amelie (Le fabuleux destin d'Amélie Poulain)
Dirección: Jean-Pierre Jeunet.
Año: 2001.
Países: Francia / Alemania.
Duración: 120 min.
Interpretación: Audrey Tautou (Amelie Poulain), Mathieu Kassovitz (Nino Quincampoix), Rufus (Raphaël Poulain), Yolande Moreau (Madeleine Wallace), Artus de Penguern (Hipolito), Urbain Cancelier (Collignon), Maurice Bénichou (Dominique Bretodeau), Dominique Pinon (Joseph), Claude Perron (Eva).
Guión: Jean-Pierre Jeunet y Guillaume Laurant.
Producción: Claudie Ossard.
Música: Yann Tiersen.
Fotografía: Bruno Delbonnel.
Montaje: Hervé Schneid.
Diseño de producción: Aline Bonetto.
Dirección artística: Volker Schäfer.
Vestuario: Madeline Fontaine.

Sinopsis:
Amelie (Audrey Tautou) es una persona que se ha creado su propia vida. Nacida en un entorno hostil a la felicidad, ha suplido faltas de cariño y de abundancia con una imaginación desbordante que convierte su existencia en una fábula, de encuentros y desencuentros, en la que ella se asigna el papel del hada buena, la que facilita las vidas de los demás con un toque de varita mágica. Pero un hada humana al fin y al cabo que se dará cuenta de que también ella necesita de sus poderes.

Pablo del Moral (Cinencanto.com)
El que una película (usualmente norteamericana) con enorme aparato publicitario provoque gran hipérbole en la crítica internacional no es raro. Pero cuando una pequeña película europea genera igual cantidad de comentarios con nula publicidad, hay que poner atención.
En el caso de "Amélie", tal hipérbole es totalmente justificada, y aunque exista un cierto grado de exageración, la película es lo suficientemente buena como para respaldar las expectativas creadas.
"Amélie" narra la historia de una excéntrica muchacha que ha elegido vivir en soledad, por convenir así a su forma de ser. Pero cuando el azar le muestra la influencia positiva que puede tener en otras personas, ella comienza un tímido acercamiento al mundo exterior, lo que eventualmente la lleva a considerar la olvidada posibilidad del romance.
El director Jean-Pierre Jeunet, siguiendo su costumbre, trabaja con un excelente guión repleto de personajes extravagantes y de situaciones que bordean en lo fantástico, pero que a toda costa se mantienen firmemente anclados en el entorno emotivo humano, lo que les confiere una especie de vida que los hace no sólo creíbles, sino hasta entrañables y, más importante, divertidos. Y de la mano con el guión van las perfectas actuaciones del elenco completo; desde la protagonista hasta el más pequeño papel, todos los actores han logrado situarse mentalmente en el mágico mundo visual de Jeunet, logrando reaccionar de forma consistente ante las extrañas ocurrencias. Y desde luego, para que esto funcione, el director debe lograr que el público acepte tal entorno, sin cuestionar su veracidad y sin intentar siquiera poner la historia en algún contexto más "realista". Para lograrlo, no faltaba más, hace diestro uso de su extraordinario sentido visual, presentando las imágenes en una paleta de colores muy viva, pero a la vez limitada; un constante filtro verdoso acentúa los colores primarios y deslava todo lo demás, reduciendo la percepción del espectador, o mejor dicho, centrándola a lo que Jeunet quiere, pero sin descuidar los escenarios y ambientación.
Lo cual me lleva a la fotografía. Como en todas sus obras, Jeunet pone especial atención en crear composiciones magistrales, de tal forma que, como reza el cliché, "cada cuadro de película es una obra de arte". El director y su fotógrafo hacen uso mesurado de todas las modernas técnicas efectistas de edición y fotografía, pero nunca gratuitamente. Todos los trucos de cámara (incluyendo efectos digitales) están utilizados para servir al guión y para subrayar (unas veces con sutileza, otras con desgarradora vehemencia) las emociones de los personajes. Nunca se usan sólo por lucirse, o por parecer "cool". Si tan sólo Hollywood funcionara igual, tal vez no nos recetaría productos basura como "Armageddon" o "El Sexto Día".
"Amélie" es una de las mejores películas que he visto en el último año, y a pesar de que su argumento puede ser demasiado ligero y finalmente poco trascendente, su manufactura, tanto desde el punto de vista técnico como artístico, es de primera línea, y muestra una vez más cómo la innovación cinematográfica no va necesariamente de la mano con una enorme inversión monetaria. Odiaría decir que ésta es una película "para sentirse bien", pero me temo que de eso se trata: una película con honesto corazón y emociones reales, que nos ayuda a reconciliarnos con la frenética y absurda vida contemporánea.


Julio Rodríguez Chico
Un dulce cuento de hadas
Precedida de un éxito arrollador en Francia -después de haber sido rechazada en Cannes-, y con el reciente premio de la Academia Europea como mejor película europea del año, Amelie se nos presenta como un cuento de hadas que hará las delicias del espectador precisamente por eso, por tratarse de una comedia amable, encantadora, en la que podemos refugiarnos de los problemas y sinsabores cotidianos.
Comienza con una especie de prólogo, con imágenes en blanco y negro y subtítulos, que nos presenta la desdichada infancia de Amelie, con tragedias que rayan en el absurdo. Su soledad y falta de afecto la llevan a refugiarse en un mundo de imaginación desbordada y lleno de colorido, y aquí comienza realmente una película optimista en apariencia, en la que nosotros también nos sumergimos para olvidar la realidad. Es una burbuja feliz en la que ahora vive esta camarera de un bar de Montmartre que -como por casualidad, con ocasión de la muerte de Lady Di- se plantea encontrar su lugar en el mundo; en realidad durante toda la película no saldrá de un mundo fabricado según su imaginación, con situaciones cómicas pero increíbles, agradables pero mentirosas, insólitas en definitiva.
Su vida será un buscar hacer felices a los demás, ayudarles a superar sus traumas, a resolver sus problemas, de manera anónima, silenciosa, como si fuese su hada buena. La alcohólica portera de su edificio que sufre desde hace décadas del mal de amor al ser abandonada por su marido, una estanquera hipocondríaca, un cliente celoso y patológico, un vecino anciano que pinta todos los años el mismo cuadro de Renoir, un joven tendero retrasado y acomplejado por su patrón: todos ellos sentirán la ayuda de esa mano invisible. Como en todo cuento de hadas, también aquí tenemos nuestro príncipe azul, Nino, que trabaja en un "túnel del terror" y en un sex-shop; como los demás, él será "salvado" de su obsesión por recoger las fotos desechadas que encuentra en los fotomatones y reconocer a un hombre que aparece con frecuencia, pero a la vez será él quien "salve" a Amelie y la saque de ese mundo falso de ilusiones, de imaginaciones: al enamorarla, le hará ver que ella es como los demás, que también necesita ser ayudada, que también necesita afecto y cariño.
La galería de personajes que nos presenta Jeunet es ciertamente curiosa por lo extravagante y el carácter patológico de cada uno de ellos; es cierto que todos son tratados con respeto, más aún con amabilidad y cariño, pero ¿es que la realidad humana que hay en la calle y que hay enderezar es tan desoladora?, ¿somos tan excéntricos? Más bien parece que eran los tipos que mejor le permitían desarrollar una trama insólita, con tanta dosis de poesía y de encanto como de inocencia y falsedad; no le interesan los tipos ordinarios y normales, sino los marginales y extraños. ¿Será por eso por lo que ha obtenido el éxito popular en taquilla?
La puesta en escena es pictórica, al mostrarnos un mundo colorista salido del cómic, emparentado con el estilo naïf y con el surrealismo -son varias las escenas en que los sueños de la protagonista la hacen ser el centro de una posible Historia-, y enlazando con el realismo poético francés de Marcel Carné o de René Clair y con el humor de Jacques Tati. Así se refuerza ese universo encantador, como si de un dulce o una golosina se tratase. El tratamiento de los personajes también va en ese sentido: se nos presentan como seres sin matices ni recovecos, superficiales e ingenuos, como si se tratase de caricaturas que gesticulan y actúan, pero carentes de fuerza interior; sus sentimientos son poco profundos, de manera que ni sufren ni gozan realmente, sino que andan por un mundo de ensueño. Jeunet ha optado por mostrarnos con simplicidad un mundo imaginativo, colorista, placentero, en el que nos podamos zambullir y entretener durante dos horas, tratando con ligereza los distintos conflictos dramáticos.
La narración es ágil y desenfadada, trepidante por momentos y con calmosa contemplación en otros, pero el argumento no es lo importante, y eso hace que a ratos se nos presente inconexa y deshilvanada, con anécdotas irrelevantes. El uso de la cámara con sus ritmos cambiantes y sus travelling acelerados, con sus localizaciones exageradas, el detallismo en los personajes y en los decorados, y la fotografía teñida de sepia -agresiva y provocadora- pueden dejarnos perplejos o insatisfechos, pero son elementos del lenguaje cinematográfico que nos meten en la fantasía de Amelie, que es lo fundamental.
Concluyamos diciendo que nos encontramos ante una película agradable de ver, que nos empuja a ser buenos, amables..., pero escapando de la realidad, mirando hacia otro lado. Es como una mirada al sueño perdido de la infancia, al personaje entrañable que hay dentro del niño que todos fuimos, en la línea de su anterior película La ciudad de los niños perdidos. En definitiva, una película que es un regalo para el corazón y para la imaginación, pero que no deja más que esa sensación pasajera.